lunes, 4 de enero de 2010

Mis Memorias XXXI (El Paraguas).-

Un día nublado y con lluvias, mientras estaba en el lugar de trabajo de un amigo donde se vendían artículos promocionales de la empresa donde este trabaja, Observé que entre los artículos habían paraguas. Así que, dispuesto a adquirir la herramienta que me proteja del clima pronosticado para toda la temporada le pregunte por el precio para cerrar el trato.

--Valen RD$300.00 cada uno, respondió mi amigo.

El artículo en cuestión se veía de calidad, pero aun así el precio me pareció un tanto elevado, según mi punto de vista y conocimiento del mercado; sobre todo tratándose de un artículo promocional, por lo que procedí a externar la queja sobre el precio a mi buen amigo.

Este me miró, como si entendiera que dicho argumento no justificaba la queja y restándole importancia --aunque sin mostrarse apático a realizar la transacción--, pronunció las siguientes palabras, que contienen la reflexión de este escrito:

--"Si tan costoso te parece, cuando este lloviendo, colócate los RD$300.00 sobre la cabeza e intenta protegerte de la lluvia..."

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El asunto aquí no radica en el valor “real” del artículo, pues bien pudo concluir con la decisión de adquirir el paraguas en otro lugar donde la relación precio/calidad me deje satisfecho y punto; La reflexión viene del hecho de mi reacción “natural” a la queja –típica del Dominicano podría decirse – y la anteposición del valor económico a la Finalidad del bien en cuestión.

Es así, nos pasa con frecuencia hacia ambos lados de la barra de precios, en ocasiones, como la citada aquí, damos “más valor” al costo que a la función, pero en otras, gustosamente pagamos en exceso “por la marca” y la exhibimos con un orgullo más basado en el hechavainismo (comparonería o vanidad –para mejor compresión de los no nacidos en Quisqueya) que en los atributos de calidad o funcionalidad del referido artículo.

Sería ingenuo de mi parte pretender que con esta breve narración, se despierte en quienes lo están leyendo, sentimientos que llamen a la búsqueda constante y persistente de la sencillez y al predominio de la razón sobre la vanidad, como fórmula para la felicidad.
Me conformaría con el hecho de que, ante la próxima ocasión de “comprar algún bien”, se acuerden de ésta anécdota y se figuren a ustedes mismos corriendo bajo una fuerte lluvia cubriéndose la cabeza con el dinero que puede costarle “el paraguas”.



Autor: Reynaldo Cruz Rijo
Diciembre 2009